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martes, 13 de febrero de 2024

El profesor mediocre

 Antes de centrarme en la figura de este tipo de profesor, el que más abunda, manifestaré una intuición que cada vez tiene más visos de coincidir con la realidad. Es esta: la lectura sólo interesa a una muy pequeña parte de la población. Estudiantes aparte -obligados lectores ante sus libros de texto-, el resto de lectores habituales -y los hay hasta empedernidos- no alcanza una tasa demasiado significativa como para reflejar un interés cultural notable en nuestra sociedad. Ni el libro de papel ni el ebook son hoy productos de primera línea. Y mira que hay temáticas, colecciones y esferas para todos los gustos. Así y todo, la lectura es un bien del que no muchos pueden presumir y cada vez parece más un reducto frikie. Que le pregunten a los muchos libreros que han cerrado en los últimos años.

¿Y los profesores? ¿Leen más que el resto de la población? Una respuesta ligera y poco meditada tendería a ser afirmativa. ¡Por supuesto que los profesores leen, faltaría más! Sin embargo, mi experiencia no es ya que me aleje de tan inmediata respuesta, sino que me coloca a tan larga distancia que ya no veo ni la pregunta.

No. Los profesores -ni ahora ni en mis tiempos como docente- no son asiduos lectores, ni siquiera comunes lectores. Con la excepción de la obligada lecturas de los documentos que generan y presiden la burocracia en la que el sistema educativo está inmerso, los profesores apenas leen, con la salvedad de lo que el campo de sus especialidades docentes les ofrece. Y veces, ni eso. Conozco a muchos que ni se reciclan así. Ni así, ni de ningún otro modo.

Es cierto que, siempre según mi experiencia, hay profesores de Literatura que leen novela o poesía en su tiempo libre. También los hay de Filosofía, Latín, Inglés, Francés o Ciencias sociales, que suelen leer y estar al día de mucha de la literatura y ensayística actual. Puede que los haya en otras especialidades aficionados a muy diversos rincones temáticos. He conocido a algunos, pero no es la norma.

Lo que apenas he conocido es a profesores que lean sobre pedagogía. ¿Apenas? Apenas, no. A muchas penas, sería más realista. En la práctica, más bien nada. Nada, con la salvedad de los profesores de Pedagogía, los que escriben libros y artículos que después sólo leen ellos o, como mucho, sus propios estudiantes.

Los profesores de Primaria y de Secundaria que llegué a tratar se caracterizaron por relacionarse con la Pedagogía de dos formas muy distintas. Los de Primaria se conformaron con lo que le transmitieron en sus tiempos universitarios, asumiendo propuestas poco comprobadas pero que encontraban encaje en el mundo educativo oficial que les pagaba por su labor. Los de Secundaria, poco enterados ya en sus años universitarios de tales propuestas, asumieron que todas las que les llegaron después eran inútiles para su profesión y que la Pedagogía era un estorbo. El resultado que yo pude comprobar en cuanto aterricé en el mundo docente es que tanto los de Primaria como los de Secundaria, lo ignoraban todo sobre los aspectos didácticos básicos y fundamentales para el aprendizaje de su alumnado. Unos por dejarse llevar por corrientes didácticas sin rigor y otros por no saber aplicar ni las corrientes didácticas más consolidadas y eficientes. 

Cualquier intento de conversación por mi parte sobre Pedagogía con los profesores de ambos niveles acababa enseguida. O bien escuchaba el batiburrillo oficialista acerca de la Nueva Escuela y el Constructivismo sin reservas y aislado de otras influencias -y, por lo general, muy cogido por los pelos porque con sólo mencionarlo se acababa la discusión-, o bien me veía apabullado por el muy indignado y prepotente discurso antipedagógico que negaba la validez de cualquier propuesta que llegara del mundo de la Pedagogía -fuera esta antigua, tradicional, innovadora o alternativa-. Así que entre religión pedagógica oficialista, por un lado, y cerrazón a todo diálogo sobre Pedagogía, por otro, me tuve que desenvolver muy a solas tanto para desmontar mitos pedagógicos nada científicos como para construir y aplicar las técnicas de enseñanza que me parecieron adecuadas.

He sido bastante lector. No he sido un campeón de toda lectura, pero he leído lo mío. Y una de las cosas por las que me dio fue leer sobre Pedagogía. Lo hice así porque muy pronto, como profesor, me di cuenta de que había personas que escribían sobre la labor de los profesores, en muchas ocasiones, criticándola. Estas personas eran pedagogos y se dedicaban a proponer cambios, a comentar técnicas y a poner en solfa muchas cosas de mi mundo educativo. 

Mi reacción inmediata fue intentar formarme, leer y aprender sobre lo que decían. Algunas cosas me llamaron la atención y otras me extrañaron demasiado. Aprendí y pude aplicar técnicas de enseñanza que mejoraron mi burdo proceder y, también pude comprobar que muchas otras propuestas carecían de alcance. También conocí que no todos los pedagogos piensan de la misma forma y que hay distintas escuelas y enfoques. Y también concluí que muchos pedagogos no habían descendido a los colegios y los institutos de los que tanto hablaban y escribían desde sus poltronas universitarias.

Y, a medida que pasaban los años, vi crecer al profesor mediocre e inútil. Seguía sin leer. Ni pedagogía ni nada que le sirviera para mejorar mis impresiones sobre él. 

El profesor mediocre despreciaba con ignorante altivez a los pedagogos, simplemente por ser pedagogos. El profesor mediocre no preparaba sus clases demasiado; tampoco las programaciones didácticas, al fin y al cabo, no pensaba en tener que leerlas y cumplirlas después. Además, en el nivel de Secundaria, el profesor mediocre solía decirle a quien le escuchara que él solo trabajaba dieciocho horas a la semana, las horas en las que daba sus clases; y, a veces, sólo quince horas si tenía la suerte de ser designado jefe de su departamento. No incluía como trabajo ni las horas de guardia, ni las de reuniones de equipos educativos, ni las de claustro, ni las de tutorías y gestiones varias y planificación, tal vez porque se las pasaba dormitando y dejando estas a la iniciativa de otros compañeros. Puede que tampoco contara las horas dedicadas a la corrección de exámenes y tareas, si es que hacía estas cosas con seriedad. Como no preparaba sus clases, ni leía sobre pedagogía o didáctica, no sentía la necesidad de reciclarse de forma alguna; a lo sumo, leería por encima las instrucciones del impertinente jefe de estudios. Su trabajo era sólo estar presente ante su alumnado en las horas de clase que tenía asignadas. Este profesor tan mediocre podría haber hecho muchas más cosas en sus clases y no limitarse únicamente a seguir un libro de texto escrito por otros, un material no siempre demasiado idóneo sin un esmerado y atento seguimiento por su parte.

Conocí a mucho profesor mediocre que, sin proponérselo, le dio la razón a mucho pedagogo mediocre. Ninguno de ellos llegó a leer cosas parecidas a esta. Y, si lo hizo, su mediocridad le impidió analizarse o darse por aludido. También cabe la posibilidad de que, ya consciente de su inutilidad e impostura, decidiera dejar de militar como profesor mediocre para ingresar directamente en las filas del profesor nocivo. En realidad, siempre estuvo a un solo paso.


martes, 5 de diciembre de 2023

Una noticia que no le importa a casi nadie

Por Juan Rociado

Otra vez. Otra vez el informe PISA. Otra vez que las autoridades educativas mirarán hacia otro lado a la vista del desastre en matemáticas, en comprensión lectora y en ciencias. España se vuelve a colocar en la ridícula posición acostumbrada y se acercan a un desastre similar muchos otros países occidentales. Mal de muchos, consuelo de tontos. Otro buen argumento es el siguiente: este informe PISA no sirve para nada y no es significativo. Si los japoneses y los coreanos están arriba, peor para ellos. No significa nada.

Así que no importa. No se tomarán medidas para paliar este resultado. Por no importar, ya no le importa ni a los profesores, cansados de que la propia administración lleve años ninguneando cualquier iniciativa que estos hayan propuesto para aumentar el rendimiento, el esfuerzo, la exigencia y la atención del alumnado. 

Este nefasto resultado solo tiene unos responsables: los que diseñaron una y otra vez una educación homeopática, reñida con el conocimiento y ennoviada con pedagógicas melodías infantiles, centradas en no molestar a los estudiantes, esos perpetuos niños de pecho a los que, cada vez, enseñamos menos. 

Porque ya no se enseña. Ahora se descubre. Cada estudiante descubre por sí mismo. ¿No lo sabían? Sí. El profesor se rodea de alumnos que descubren. ¿Y qué descubren? Casi nada. Siéntate a esperar el descubrimiento. Ni siquiera descubren que no pueden descubrir. Y me temo que tampoco les importa mucho a ellos.

Me hago una pregunta. Me pregunto a quién le conviene todo esto y me da miedo la respuesta que intuyo. ¿Un mundo feliz? ¿1984? ¿Terminaremos amando al Gran Hermano? La incorrección política ha muerto en este país. No importa no decir cómo son las cosas. Solo importa decir que van bien. Todo va muy bien. Siempre han ido muy bien. Y ahora, mejor que nunca. ¿El informe PISA? No se amargue usted, buen hombre; no le conviene y, además, no es un asunto importante. ¿Aún no lo ha descubierto usted?

                                                                             Juan Rociado ha sido profesor de instituto y es colaborador de Progreso Adecuadamente


jueves, 9 de noviembre de 2023

Con ese profesor no aprendí nada



Cuando se pregunta a cualquier alumno acerca de los profesores que tuvo, es bastante común que su respuesta sea de tono negativo y que tienda a recordar en primer lugar a los profesores que sólo le hicieron perder el tiempo. 

En muchos casos esta nefasta opinión puede ser el producto de una exagerada y desgraciada experiencia en las escuelas, los institutos o las universidades por las que pasó. Es cosa sabida que en el recuerdo perduran las situaciones más notables que nos emocionaron en el pasado. En el caso de la enseñanza, desgraciadamente, abundan muchos malos recuerdos porque, no me cuesta trabajo reconocerlo, abundan los profesores mediocres y poco duchos. Esta mediocridad no debiera dejar huella por ese motivo, por su mediocridad. Queda más huella de lo horrible y lo nocivo, que tendemos a mezclar con lo mediocre o poco vistoso. 

La consecuencia es que la opinión sobre la enseñanza que se recibió tiende a colorearse no de gris, sino de negro, resaltando y extendiendo el antiguo alumno la maldad y la mala práctica docente a todo lo que se le viene a la memoria cuando se le pregunta. Injusto, pero explicable.

No voy a hablar de la mediocridad docente ahora. Y no porque justifique a nadie. No. Creo que la mediocridad docente es un mal muy extendido y perjudicial, pero ya se tratará extendidamente en otras entradas de este blog. Lo que ahora me ocupa no es el profesor mediocre, sino el profesor activamente nocivo, el realmente malo de película. Los hay y todos los hemos padecido.

Este profesor puede tomar distintos aspectos. Hace muchos años era muy fácilmente identificable por la violencia con la que se conducía con sus alumnos, llegando incluso a abofetearles, insultarles, despreciarles y ridiculizarles. Vi palizas a muchachos que hoy serían motivo de pena de cárcel.  En nuestro país hoy vivimos en otro mundo y este tipo de delincuente docente no se da, o así quiero creerlo; aunque sí que pueden darse casos de abusos de índole sexual. En eso aún hay que avanzar pues se siguen presentando.

Dejando -y, evidentemente, condenando y denunciando al violento y al abusador- el tipo de profesor malo y nocivo actual que hoy trato suele mostrar otra, nunca mejor dicho, "cara". Me refiero al profesor caradura. 

El caradura se caracteriza por muchas cualidades entre las que pueden citarse las siguientes: no preparar nunca una clase, ceñirse a un libro de texto que muy a menudo ni ha leído o trabajado, aparecer siempre tarde o dar por acabada la clase antes de tiempo, no saber responder ni aclarar las posibles dudas de sus alumnado, faltar muy a menudo a sus clases por dudosos problemas médicos, pasarse el tiempo contando anécdotas personales o historias que no vienen a cuento con el temario o programa, no conocer el nombre de sus alumnos, insistir una y otra vez en las mismas tontas actividades, no leer ni corregir bien los exámenes, perder estos exámenes, calificar siempre con un siete (sobre diez) a sus alumnos, aprobar a todos los alumnos aunque los haya que ni hayan realizado los exámenes e incluso se hayan dado de baja y no asistan a las clases, preguntar en los exámenes por cosas que no ha explicado ni tratado en clase y, en general, por importarle una mierda (con perdón) lo que sus alumnos aprenden o dejan de aprender. 

El caradura no es ni solidario ni buen compañero con el resto de profesores, y sí muy crítico con un sistema educativo que puede tildar de anticuado, inútil, abusivo, insuficiente o trasnochado aunque no haga NADA por remediarlo, sino simplemente convertirse en un hombre anuncio (un profesor anuncio) de pecados docentes que nunca reconocerá ser cometidos por él mismo. Se camufla muy bien en la imperante (y no sé si también eterna) confusión del sistema educativo. No siempre es fácil de ser identificado por sus compañeros de profesión. Aquí hay que fijarse sólo en un índice, la opinión de sus alumnos: con ese profesor no aprendí nada.

Ocurre que, muy a menudo, este caradura evita todo conflicto con el alumnado y reparte calificaciones altas e inmerecidas a todos. Por eso, apenas resulta ser denunciado o puesto en solfa. Con ese profesor no aprendo nada, pero me aprueba. La fórmula es interesante para el defraudador y, desgraciadamente, también para el promocionado o titulado alumno. El alumno no ha aprendido y lo sabe; pero ha aprobado y también lo sabe. Si eres un alumno joven puedes no sentir esto como un problema futuro ni como un fraude social. Eso requeriría una madurez aún no adquirida.  

Hagan una lista con los profesores de este tipo, los caraduras, que han llegado a conocer. Todos tenemos la nuestra. Otra lista es la de los profesores mediocres; esa es otra lista, posiblemente más abundante que la de los caraduras. Hoy elaboren la de los caraduras; será una lista más corta, pero tenderá a la unanimidad.

¿Qué es la técnica didáctica?


Antes que nada, evitaremos usar un lenguaje que, con apariencia científica, tan solo produce confusión y equívocos. Me refiero a evitar especificar si se trata ahora de un estilo de enseñanza, de una estrategia didáctica, de una táctica de enseñanza, de un modo de enseñanza, de una técnica pedagógica o de cualquier otra forma de nombrar lo que no es más que el cómo organiza el profesor una clase.

Así pues, usaremos la expresión técnica didáctica para cada una de las diferentes situaciones o métodos empleados por el profesor para conducirse ante sus alumnos para que estos aprendan. Tan sencillo como eso. Si el lector no está conforme con este planteamiento y/o quiere profundizar en cada uno de los matices que se pueden desprender de todas las distinciones antes mencionadas  (y muchas otras que no lo han sido), puede dirigirse a manuales de pedagogía y/o didáctica para satisfacer su curiosidad y profundizar por este camino, o consultar un buen diccionario de pedagogía para, ojalá, aclararse en este campo. 

Usaremos la expresión técnicas didácticas como las distintas formas que puede emplear el profesor para hacer lo que consideramos que es su función principal: que sus alumnos aprendan algo útil que antes ignoraban. Creemos que eso es ser un buen profesor.

En las siguientes entradas analizaremos aquellas técnicas que están presentes en las aulas, las que no lo están tanto y debieran estarlo, y, también, las que no debieran estar más que de forma anecdótica debido a su escasa eficacia para progresar adecuadamente.


viernes, 7 de julio de 2023

Aprendí mucho de mis alumnos

Por Pablo Ángel Gil Morales

Se trata de un artículo irónico donde el autor desmonta una expresión y una visión, entre romántica y  afectada, muy extendida y repetida (a saber, "yo aprendo mucho de mis alumnos"), pero que no conduce más que a falsear la realidad educativa, acercando esta a un cuento infantil de hadas, intragable para mentes críticas.

Pues va a ser que no. NO. Yo no aprendí nada de mis alumnos. Al menos, no aprendí nada realmente interesante. 

Cada vez que escucho o veo escrito esta especie de ridículo mantra, no puedo evitar pensar que este profesor es un cursi, o un mentiroso o un gran ignorante. 

Por empezar por el final, si el profesor que emite el citado mantrita es un gran ignorante puede que, efectivamente, sean sus alumnos los que le hayan enseñado cosas, resultando el proceso educativo extrañamente invertido.  En este caso, lo primero que se me ocurre -esto es muy importante para la empresa educativa que lo tuviera contratado como profesor- es que, ante este fraudulento arte de enseñar, al profesor ignorante se le debería reclamar el sueldo que recibió por... nada. No sólo no deberían haberle pagado un sueldo, sino que deberían haberle cobrado la matrícula. Es de lógica aplastante, aunque quizá ya no se lleva esto de la lógica.

Sigamos. Si el que emite el lírico y tonto mantra es un cursi, pues... en el fondo, ni él se lo cree. Estará intentando quedar bien; no sé si ante sus alumnos (me resisto a escribir "ante todos sus alumnos", pues es probable que incluso los haya tenido del tipo espabilado); no sé si ante sus padres (me da igual si son los padres de los alumnos o los padres del profesor); no sé si ante sus jefes (del colegio, del instituto, de la universidad, del ministerio...); y, por último, no sé si ante su dios o ante sus dioses prebostes pedagógicos (por lo general, pedagogos, con o sin titulación universitaria, pero tocados con brillante aureola santificada o reluciente yelmo de Mambrino, que cumple con la función de disimular su evidente calvicie pedagógica). La cursilería desentrañada -puede ser una explicación- quizá lo que hace es descubrir un intento del profesor para agradecer la atención de su alumnado. Si es así, que lo diga directamente y no se decante por salmos y proclamas angelicales. Si la cursilería lo que esconde es la humildad del profesor podría ser algo un poco perdonable,  pero también muy poco conveniente, porque no sólo desenfoca muy mucho, sino que alimenta sueños irreales y futura frustración en futuros profesores predispuestos a marearse mucho en el piélago de calamidades que les supondrá su servicio educativo.

¿Y si el profesor es un mentiroso? ¿Y si lo dice a sabiendas de que es mentira? ¿O lo dice porque cree en esa mentira? Inútil debatir sobre la función de la mentira, aunque se me ocurra que podría ser para escalar en la vida política. ¡Perdón, perdón! Política, no. He querido decir en la carrera profesional docente. Sí. Creo que es eso. Por otro lado, hay mucho docente que renuncia a la docencia y se hace político, pero ese es otro tema. Volviendo a la mentira, ésta no lo es si el que la emite cree en ella. Entonces ya no es mentira, sino equivocación; y el mentiroso no lo es, sino que es un equivocado... un merluzo... un ignorante. Otra vez en el mismo sitio.

Antes de ser profesor fui alumno. Como alumno, sé a ciencia cierta que jamás aprendieron mis profesores nada de mí. Era imposible porque yo era, como todos mis compañeros, un tarugo. Un tarugo destinado a ser moldeado y convertirse en alguien menos tarugo, merced a la labor de mis profesores.  

Por un momento, voy a emitir mi propio mantra. Es este: yo aprendí mucho de mis profesores. Una pequeña pausa. Hay que matizar. Y ahora viene el palito. No aprendí de todos mis profesores. Algunos no me enseñaron nada o casi nada. No piense el lector que mi mantra es extensivo a todo el conjunto del profesorado. De eso nada. Tuve maestros y profesores (en el colegio, en el instituto y en la universidad) que me mostraron ser auténticos merluzos y caraduras.  Afortunadamente para mí, estos inútiles convivían con otros profesores dignos y competentes: los que enseñaban y te educaban. Me daba igual que los métodos de estos buenos profesores fueran tradicionales o innovadores. Eso es un asunto sobre el que adquirí conocimientos mucho más tarde, cuando llegué a ser profesor. Lo importante del buen profesor es ser ordenado, cercano y exigente. No aprendí nada de quien improvisaba o no sabía por dónde iba. Ni de quien era un malaje, cuando no un sociópata. Ni de quien no comprobaba si yo avanzaba o no. 

Hoy abunda mucho el tipo -o se propugna el tipo- de profesor enrollado, no exigente y poco dado a su intervención directa en clase. Pienso que este profesor no enseñará nada a sus alumnos, como no sea que estos aprendan de él que no tienen ni que esforzarse ni que preocuparse por no saber nada de nada. Puede que muchos de estos profesores, encima, repitan el maldito mantra: aprendo mucho de mis alumnos. Pan con pan, comida de tontos. Ya protestó el gremio de panaderos. Por eso lo corrijo. Por eso y porque, en realidad, no hay pan por ningún lado. Ni lo da este profesor ni lo dan sus alumnos. ¿Un día sin pan? No. Un curso entero.

Gracias a mis lectores. Aprendo mucho de ellos.

Pablo Ángel Gil Morales ha sido profesor de instituto y es el autor de TIZAS ROTAS.

TIZAS ROTAS (2022). Editorial DONBUK. 536 páginas.

jueves, 29 de junio de 2023

El brillo de la discreción

Último Claustro de una profesora


Ayer en el IES Isla de León (San Fernando, Cádiz) tuvo su última reunión de claustro la profesora de Latín, María José, que pronunció unas palabras dirigidas a sus compañeros a modo de despedida. Aunque mi presencia no estaba contemplada en este acto, ya conocía el contenido de su discurso porque me lo enseñó el día anterior. Durante la comida que se celebró a continuación, a la que sí asistí como invitado, algunos de los profesores me mencionaron lo acertado de su mensaje. Como soy su marido, mi opinión es poco objetiva. No obstante, ahí va.

De todos los que he conocido y tratado, María José ha sido la profesora que con más ahínco ha ejercido su labor. Siempre ocupada en sus alumnos y en sus tareas, no he visto a nadie que haya trabajado más que ella en la docencia. Nunca dejó sus deberes para el día siguiente y siempre cumplió con los plazos. No sé cuántas veces la vi, por las tardes, por la mañanas, los fines de semana, hasta altas horas de la noche, preparando clases y actividades o corrigiendo exámenes. Esto último lo hacía con tal grado de precisión que sus múltiples anotaciones sobre los escritos de sus alumnos no los podían dejar indiferentes, pues no había detalle que pasara por alto u obviara.

Confeccionó para sus alumnos unos apuntes de Latín que superaron a los mejores libros de texto del mercado. Preparó diapositivas y carteles sobre Latín y Cultura Clásica, con gran ilusión y empeño en encontrar las mejores imágenes para su alumnado. Ideó excursiones y visitas periódicas a yacimientos y ruinas, a Roma o a museos históricos. Diseñó actividades y contenidos para la enseñanza no presencial en la Secundaria y el Bachillerato, una labor que desempeñó unos años. La vi preparar clases e impartirlas desde nuestra casa a través del ordenador durante la pandemia. Adquirió una pizarra para que yo le grabara las sesiones de clase mientras que ella, delante de la cámara, se esforzaba por explicar declinaciones y verbos. La vi delante del ordenador asistir a muchas reuniones desde nuestro domicilio, también en la pandemia, sin dejar de tomarse en serio este tipo de rara y poco controlada situación laboral, muy dada a la relajación y a la desconexión. 

Durante algunos años fue esforzada y competente Jefa de Estudios, lo que le costó más de un disgusto con impresentables e indignos compañeros, muy alejados de lo que la decencia profesional precisa. No se calló en ningún claustro ni dejó de analizar con gran detalle proyectos que superaban su área pero que eran interesantes para el centro. Cooperó con toda actividad extraescolar destinada a ofrecer una buena imagen del instituto. Respetó a su alumnado y le pidió seriedad y disciplina, no por ello dejando de ser amable o comprensiva con quien lo necesitara.

María José no ha jugado a ser profesora. Lo ha sido, sin más. Es la persona menos petulante que me he echado a la cara y la discreción ha sido tanto su talante como su táctica y su técnica. ¿Se puede brillar siendo discreta? Ella lo consiguió sin pretenderlo, pues no era su objetivo. Su único objetivo fue desarrollar un trabajo eficaz y con sentido. También esto le pasó factura, como a tantos otros que se sintieron muy defraudados ante la rebaja y el deterioro de una educación cada vez más infantilizada, light o doble cero, como esas bebidas que ni saben a nada ni satisfacen a nadie. Engañabobos inventados por los supuestos buenos profesionales de la piedad social.

Pero casi nadie a su alrededor notó su contrariedad, pues no cejó en su trabajo ni se acomodó en el mismo, a pesar de lo fácil que se lo ponía una administración educativa poco consciente de la barbaridad que estaba engendrándose en su seno. Yo sí vi su sufrimiento y su malhumor. Yo sí vi su llanto interior y su decepción ante la impostura y la evidente hipocresía. Yo sí viví el ninguneo que sintió ante el destino de su área de conocimiento, devaluada, como muchas otras, casi a zafio y fácil chiste.

He sido muy afortunado por contar con ella. Puede decirse sin exageración que su actitud me hizo a mí que intentara ser mejor profesor, porque su seriedad y rigor me condicionaron y me estimularon a comportarme más dignamente como docente. Se lo debo. Ella no le da importancia a esta deuda. Tampoco le importarán demasiado estas palabras. Ni es su estilo, ni brillará más por ello. Es imposible. Gracias, María José.

Estas son las palabras que pronunció en el Claustro.


        DISCURSO DE JUBILACIÓN

Ya hemos llegado al final del curso. Para mí es también el final de mi vida profesional. Lejanos quedaron esos principios dando latín en BUP, los años de la primera reforma y los avatares de los distintos destinos, y nuevas reformas y nuevas materias. Como diría Séneca, el latín no ha navegado fácilmente por estos mares de las distintas reformas, sino, que se ha mareado mucho o, mejor dicho, lo han mareado mucho. A pesar de todo, dentro del aula he procurado desenvolverme con energía, con ganas de enseñar y de contagiar a mis alumnos el deseo de saber. Espero que en este mundo cada vez más utilitario, volátil e inmediato, haya conseguido transmitir ese espíritu a mis alumnos. Cuántas veces he oído y habéis oído “!Todavía se da latín en los Institutos¡ Pero ¿para qué sirve el latín?” Siguiendo las palabras del profesor Nuccio Ordine, que nos ha dejado recientemente antes de recoger su premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, reivindico el estudio del Latín y de las Humanidades en general, porque “son saberes que son fines en sí mismos, su valor esencial es ajeno a cualquier finalidad utilitarista; sin embargo, pueden ejercer un papel fundamental en el cultivo del espíritu y el desarrollo civil y cultural de la humanidad”. Igualmente, según su idea, considero que un profesor apasionado de su disciplina se puede convertir en la mejor metodología. (Ahora que estamos siempre arriba y abajo con las metodologías).

Comienza una nueva etapa en mi vida. Todos dicen que se está muy bien de jubilado, pero ante lo nuevo no puedo por menos que sentir un pellizco en el corazón, cierta nostalgia al pensar en dejar esta profesión que me ha gustado tanto y a la que he dedicado tantas horas de mi vida. Pienso en cómo, desde que entramos en la escuela, estamos sometidos a dos imperativos, que a veces se convierten en espadas de Damocles: el tiempo y la obligación. Espero que ahora sepa gestionar bien mi tiempo libre y seguir enriqueciéndome con nuevos proyectos, pero ya sin obligaciones.

Quiero dar las gracias a este Centro, a su directiva actual y anterior, y a todo el profesorado en general, y en especial, a aquel con el que he compartido más momentos y experiencias.   Desde que llegué me he sentido muy a gusto, siempre se ha respirado un buen ambiente de trabajo y de ocio. En mi vida profesional he intentado colaborar y participar en la vida de los centros por los que he pasado. Aquí he percibido a los profesores siempre comprometidos, tanto a los más antiguos en el centro, como a los nuevos que han ido llegando cada curso. Eso es un valor que considero necesario y que favorece siempre la buena marcha de un Instituto y del que creo que también se beneficia el alumnado.  

Considero que he contribuido con un pequeño granito de arena en esta difícil tarea que es el “moldeado y cuidado de la juventud”. La empresa de ser profesor no ha sido nunca fácil, pero creo que ahora son tiempos especialmente raros que os van a exigir mucha pasión, mucho ánimo, mucho trabajo e ilusión. Mis mejores deseos para ello.

Me despido muy agradecida, disfrutando de estos momentos con todos y deseándoos un buen verano. Nos veremos, no obstante, los primeros días de septiembre, porque trabajo hasta el día 6.



lunes, 16 de enero de 2023

TIZAS ROTAS. Una crónica sobre las enseñanzas medias.

Una primicia de Miguel Esteban Donoscuro

Con el título de TIZAS ROTAS y el subtítulo de TREINTA Y TRES AÑOS EN SECUNDARIA, se encuentra ya en el mercado el libro de Pablo Ángel Gil Morales. El autor -que ha sido profesor de instituto-, en esta ocasión nos presenta un relato que consiste en una crónica del periplo profesional de un docente de Secundaria. Su experiencia profesional le ha llevado a escribir un texto sobre los aspectos centrales de la profesión en el momento actual. La obra no recoge las consabidas o inevitables anécdotas que cuentan los profesores sobre lo que sus alumnos dicen o piensan, o, al menos, no es esto lo esencial en el libro. La parte principal del relato está, por el contrario, dedicada a anécdotas o a episodios protagonizados por los propios profesores, a sus idas y venidas, a lo que piensan de su trabajo y a lo que les aturde o no entienden.


El relato tiene la forma de narración en primera persona, como su anterior libro. Esta técnica le confiere un gran sabor de autenticidad y, aunque no se trata de una biografía, sí que se inspira en las cosas que el autor llegó a conocer, a disfrutar y a padecer durante su vida docente. 

El autor no ha rehuido de los aspectos menos agradables del quehacer de los profesores en los IES. Así, aparecen en la historia diversas y cuestionables situaciones cotidianas del trabajo de un profesor: las antipáticas y polémicas guardias para sustituir a los compañeros ausentes, la inoperancia de muchos alumnos, la insolidaridad de muchos padres y madres, el cuestionable papel de los inspectores de educación, la retahíla de las poco logradas leyes educativas, e, incluso, los rincones de barbarie e ignorancia pedagógica que existen entre el propio profesorado. 

Precisamente, porque el último punto mencionado no es ignorado ni evitado, es por lo que este texto no merecerá ser tachado de corporativista por ser un relato de vanagloria o sobre el buen hacer del profesorado. Todo lo contrario, es en gran parte muy autocrítico, ya que no solo admite su inicial ignorancia pedagógica sino que, sin remilgos, también dirige su mirada hacia un determinado lugar: el ocupado por aquel sector del profesorado que desempeña con bastante desvergüenza la profesión. Así que no solo trata de defender a los profesores frente a la confusión y deriva de las leyes y normativas educativas actuales, sino que tampoco rehuye señalar las conductas poco profesionales. En sus primeras páginas encontramos este aviso al lector.


La deriva educativa actual es, desde luego, el motivo principal del relato, como comprobará el lector a medida que avanza en él, a la vez que se va haciendo presente un sentimiento de impotencia ante la mucha inutilidad de la labor educativa del protagonista. El libro es un viaje desde la esperanza de sus inicios como profesor hasta el desencanto de su final laboral y creo que el lector entendido o interesado en el tema encontrará bien descrito en el relato el pobre panorama de la situación actual.

Este libro no gustará a mucho profesional de la pedagogía embarcado o comprometido con el sentir oficial de la política educativa emprendida hace varias décadas. A otros pedagogos menos militantes puede que sí les agrade porque encontrarán en él un respeto hacia su profesión que pocas veces les ha sido concedido por gran parte del profesorado. La neopedagogía no es toda la pedagogía, ni mucho menos; igual que la antipsiquiatría no es toda la psiquiatría, por fortuna.
                                                                                                    Miguel Esteban Donoscuro


TIZAS ROTAS
Editorial DONBUK
Relato
536 páginas
Edición en rústica: 20,99 €
Edición en formato digital: 4,99 €

De venta en librerías, en www.donbuk.com y en www.amazon.com