Por José María Santos Blanes
Cuando en el año 87 llegué sin remeros a Sanlúcar de Barrameda, descubrí un cielo muy azul y un río que no me permitía sospechas por estrechez de perspectiva ni por prepotencia de interior. Descubrí una muy importante apertura de mente de secano que, más tarde, se convertiría en apertura de imágenes, ingenio, gracia y donosura.
Anteriormente, me topé de frente con
un IES del Puerto de Santa María -llamado “Mar de Cádiz”- en el que confundí, por mi ceguera cordobesa, al
director por directora (matizo que tenía voz de mujer del PSOE). Él no se molestó, yo tampoco. Alquilé
residencia, oscura, relativamente cara e imprevisible. Estaba en prácticas. Aún así, sentíame contento por encontrar luz
marítima, ese olor a sal y a pino que hoy parece inservible para la nueva
hornada de jóvenes.
Después, tardé diez días en ser
trasladado a la susodicha Sanlúcar donde ejercí como profesor en prácticas
durante un año magnífico, en el que logré distinguir algunos tipos de pescado
que no había degustado casi nunca. ¡Éramos aún tan jóvenes!
Llegó mi etapa en la cuna del
flamenco más populista en el IFP del Canal. Una enorme frontera llena de gente
muy diversa: viejos agradables, medianos prepotentes y nuevos que circulaban
sin destino hacia el bar del centro: auténtico “factótum” de los que se
creyeron que era solo un lugar de recuperación.
Comencé a creer en el sino, en el
destino de los humanos, cuando ya se acababa el año 88. Pero, cuando comenzó el
89 desistí de amistades, a no ser por Masto, increíble, sensible, ciertamente
enterado de las inmundicias que no lo dejaban vivir y que, yo, con mi
inoperancia efusiva, logré recuperar en su faceta más estricta, descubrir su
deseo de igualdad de “género”. Aún lo quiero.
Cuando, de pronto, surgió un
sujeto barbudo, relativamente escuchimizado, muy inteligente y comprometido, al
que al principio desechamos por la
severidad en sus actos, los cuales no mejoraban nuestra locura de jóvenes despeinados ni la rigidez en el análisis del ajeno.
Este buen escritor es el que
ahora presenta “Tizas rotas”. Un encuentro de amistad, un severo hombre sin
delirios de grandeza, un ser humano que toma café en cualquier sitio sin
reparos, un buen doctor, un marinero navegando por el ancho mar educativo, un ayudante de los que todavía seguimos
aprendiendo y un extraterrestre que no deja de mostrar su nave estratosférica;
la misma que nos llevará a la felicidad eterna por su enorme corazón, a no ser
que Corto Maltés, en su impasibilidad de héroe, nos conduzca al abismo de los
que no pasarán a la historia.
José María Santos Blanes, filólogo; ha sido profesor de instituto.