Cuando se pregunta a cualquier alumno acerca de los profesores que tuvo, es bastante común que su respuesta sea de tono negativo y que tienda a recordar en primer lugar a los profesores que sólo le hicieron perder el tiempo.
En muchos casos esta nefasta opinión puede ser el producto de una exagerada y desgraciada experiencia en las escuelas, los institutos o las universidades por las que pasó. Es cosa sabida que en el recuerdo perduran las situaciones más notables que nos emocionaron en el pasado. En el caso de la enseñanza, desgraciadamente, abundan muchos malos recuerdos porque, no me cuesta trabajo reconocerlo, abundan los profesores mediocres y poco duchos. Esta mediocridad no debiera dejar huella por ese motivo, por su mediocridad. Queda más huella de lo horrible y lo nocivo, que tendemos a mezclar con lo mediocre o poco vistoso.
La consecuencia es que la opinión sobre la enseñanza que se recibió tiende a colorearse no de gris, sino de negro, resaltando y extendiendo el antiguo alumno la maldad y la mala práctica docente a todo lo que se le viene a la memoria cuando se le pregunta. Injusto, pero explicable.
No voy a hablar de la mediocridad docente ahora. Y no porque justifique a nadie. No. Creo que la mediocridad docente es un mal muy extendido y perjudicial, pero ya se tratará extendidamente en otras entradas de este blog. Lo que ahora me ocupa no es el profesor mediocre, sino el profesor activamente nocivo, el realmente malo de película. Los hay y todos los hemos padecido.
Este profesor puede tomar distintos aspectos. Hace muchos años era muy fácilmente identificable por la violencia con la que se conducía con sus alumnos, llegando incluso a abofetearles, insultarles, despreciarles y ridiculizarles. Vi palizas a muchachos que hoy serían motivo de pena de cárcel. En nuestro país hoy vivimos en otro mundo y este tipo de delincuente docente no se da, o así quiero creerlo; aunque sí que pueden darse casos de abusos de índole sexual. En eso aún hay que avanzar pues se siguen presentando.
Dejando -y, evidentemente, condenando y denunciando al violento y al abusador- el tipo de profesor malo y nocivo actual que hoy trato suele mostrar otra, nunca mejor dicho, "cara". Me refiero al profesor caradura.
El caradura se caracteriza por muchas cualidades entre las que pueden citarse las siguientes: no preparar nunca una clase, ceñirse a un libro de texto que muy a menudo ni ha leído o trabajado, aparecer siempre tarde o dar por acabada la clase antes de tiempo, no saber responder ni aclarar las posibles dudas de sus alumnado, faltar muy a menudo a sus clases por dudosos problemas médicos, pasarse el tiempo contando anécdotas personales o historias que no vienen a cuento con el temario o programa, no conocer el nombre de sus alumnos, insistir una y otra vez en las mismas tontas actividades, no leer ni corregir bien los exámenes, perder estos exámenes, calificar siempre con un siete (sobre diez) a sus alumnos, aprobar a todos los alumnos aunque los haya que ni hayan realizado los exámenes e incluso se hayan dado de baja y no asistan a las clases, preguntar en los exámenes por cosas que no ha explicado ni tratado en clase y, en general, por importarle una mierda (con perdón) lo que sus alumnos aprenden o dejan de aprender.
El caradura no es ni solidario ni buen compañero con el resto de profesores, y sí muy crítico con un sistema educativo que puede tildar de anticuado, inútil, abusivo, insuficiente o trasnochado aunque no haga NADA por remediarlo, sino simplemente convertirse en un hombre anuncio (un profesor anuncio) de pecados docentes que nunca reconocerá ser cometidos por él mismo. Se camufla muy bien en la imperante (y no sé si también eterna) confusión del sistema educativo. No siempre es fácil de ser identificado por sus compañeros de profesión. Aquí hay que fijarse sólo en un índice, la opinión de sus alumnos: con ese profesor no aprendí nada.
Ocurre que, muy a menudo, este caradura evita todo conflicto con el alumnado y reparte calificaciones altas e inmerecidas a todos. Por eso, apenas resulta ser denunciado o puesto en solfa. Con ese profesor no aprendo nada, pero me aprueba. La fórmula es interesante para el defraudador y, desgraciadamente, también para el promocionado o titulado alumno. El alumno no ha aprendido y lo sabe; pero ha aprobado y también lo sabe. Si eres un alumno joven puedes no sentir esto como un problema futuro ni como un fraude social. Eso requeriría una madurez aún no adquirida.
Hagan una lista con los profesores de este tipo, los caraduras, que han llegado a conocer. Todos tenemos la nuestra. Otra lista es la de los profesores mediocres; esa es otra lista, posiblemente más abundante que la de los caraduras. Hoy elaboren la de los caraduras; será una lista más corta, pero tenderá a la unanimidad.